Un momento efímero, un recuerdo formidable
El tamaño de las cosas no tiene nada que ver con su peso en el recuerdo. Hay meses enteros en nuestra vida que son ligeros en la memoria, son el paisaje entre las estaciones cuando el tren acelera. Y en cambio hay días, hay horas, hay a veces minutos que dan a luz una cicatriz imborrable y hermosa.
Nos ha llegado el verano con sus días largos, sus viajes que manchan páginas y páginas del calendario y sus planes llenos de subordinadas, coordinadas o yuxtapuestas. Experiencias que permanecen en el tiempo, que se construyen en la continuidad.
Al igual que en el morse, necesitamos puntos y rayas para que la memoria tenga relieve. Y hoy, ya sentado en la casa que voy a ocupar lo que queda del mes, vengo a defender los planes que son puntos, tachuelas, navajazos en el almanaque y que, en cambio, son memorables.
Aquí el podcast de la semana
Tengo la impresión de que dos viajes recientes y efímeros de este primer semestre del año van a dejar una marca indeleble en la colección de recuerdos de 2024. Fueron tan cortos ambos viajes que apenas habíamos vuelto del segundo cuando estábamos todavía viendo las fotos del primero.
Me gusta todo lo que significa la palabra “escapada”. Escabullirse como una centella a disfrutar y luego volver como si aquí no hubiese pasado nada. Cruzar una ciudad cosechando momentos sublimes y volver a casa antes de que caduque la leche en la nevera.
Muy bien eso de irse tres semanas a descubrir las profundidades de Camboya, pero a mi me dejas 24 horas en Londres, te lleno la memoria del iPhone, y no hay una foto mala.
No se trata del tamaño cuando construimos memoria, se trata del impulso, de la compañía, del anhelo y las ganas de disfrutar. Cuando esté aburrido en un avión durante el otoño y repase las fotos que guardo en el móvil me va a costar encajar que cuando fuimos a Barcelona a ver a Pearl Jam no estuvimos ni un día y en cambio sales sonriendo en tantas fotos que aquello parece un mes. Y no lo fue, fue un día, un relámpago feliz.
En lo hondo hay brillo
También fue un relámpago feliz nuestro paso por Sevilla. Bajábamos deprisa al cuartel estival, pero paramos a comer cerca del Gran Poder en Leartá, un restaurante al que se le entiende todo en el nombre.
Leartá es un comedor elegante y de pausa en el que ves lo que vas a comer y el ritmo lo marcan detrás del cristal de la cocina Manuel y Rita que abrochan cada plato, encajan los dos o tres ingredientes sustantivos que lo componen, antes de que lleguen a la mesa.
Son un equipo jovencísimo que camina con claridad hacia lo hondo porque saben que en las profundidades, en la esencia, hay luz y brilla. Los platos, todos herederos del recetario más tradicional de Andalucía son el colofón de un pensamiento.
Hay en todos los pases del menú primero de todo una reflexión sobre el ingrediente, la estación y el bocado. “Son muy jóvenes y saben lo que quieren”, a mi me lo dijo Edu, a medio menú y se me quedó grabado.
Es a Edu, el que prende la candela en TohQa al que le debemos este descubrimiento profundo de una Andalucia que tiene ya un ramillete asombroso de comedores luminosos y con fondo.
El plato de oveja y polen y los bocados de boquerones son tan poderosos y profundos que merecen subirse a relámpago y aterrizar en Leartá. Que sí, que el verano está para ir largo y contar los días, pero no despistes el placer de las felicidades efímeras.