En los 90 yo iba por Madrid siempre con los auriculares puestos y los bolsillos interiores de la chaqueta llenos. En uno cargaba con un discman, que entraba como un guante en vertical y en el otro una funda de CDs en el que guardaba, como mucho, una docena de discos que iba rotando durante unos días.
Antes había tenido un walkman dorado que estrené en Argelia, pero fue con el discman cuando tuve la impresión de que lo que sonaba cuando paseaba por Madrid era mi música, los artistas que había descubierto yo dejándome los nudillos pasando vinilos o CDs en Escridiscos, Madrid Rock o Melocotón.
Llevaba por entonces el pelo larguísimo y me caían por la espalda y el pecho unos bucles castaños que domaba con una goma negra. Me acordé de todo esto el viernes contigo mientras que me recogía la melena en un moño al arrancar los acordes de ‘Walking In My Shoes’.
Estábamos viendo a Depeche Mode y yo vuelvo a tener rizos, aunque ahora sean casi todos plateados. Nos hemos hecho mayores, Dave Gahan también y esa noche se esforzó durante casi dos horas en bailar al ritmo de la nostalgia compartida. Al final de cada canción aplaudimos y, creo, que en el fondo nos aplaudíamos más a nosotros mismos que al concierto.
Aplaudíamos la memoria, los recuerdos que cada uno atesoramos con las canciones de Depeche. Aplaudíamos haber llegado hasta aquí para disfrutarlo, aplaudíamos lo mucho que nos gusta Depeche Mode pero sobre todo aplaudíamos que Depeche Mode nos guste desde hace tantísimos años. Nos aplaudíamos a nosotros mismos porque nos acordamos de quienes fuimos. Y esa noche, en Arganda y con todo en contra, fuimos felices y estuvimos en paz con la memoria.
Porque créeme, aquello de saque lo tenía todo en contra. Yo estoy viejo para estar de pie en un concierto, aborrezco los festivales y no tolero a la gente que me fuma cerca. El atasco para llegar había sido absurdamente largo y el espacio del Primavera era como un descampado que hubiesen repoblado con una tribu de mamarrachos.
Lo escribo y casi que ni me acuerdo ya de todo ese jolgorio hostil. Sólo recuerdo la elegancia emocionante de Gahan cuando canta casi tanto con las yemas de los dedos como con la voz, mirarte mientras sonó ‘Home’ y esa sensación de que Depeche Mode lo descubrimos por separado pero ahora ya es nuestra vida en común.
Yo no sé mucho de música, por eso le agradezco infinito a bandas como Depeche Mode su generosidad con nosotros. Les agradezco que toquen las canciones viejas, que no sean gilipollas y nos regalen el portal de los recuerdos. Yo no tengo ni idea de si un concierto es mejor o peor en función de que la banda toque o no las nuevas o las desconocidas. Pero me gusta tararear.
Yo sé que le agradezco a las bandas de mi adolescencia que me regalen la puerta abierta a la memoria. Si no hubiese sido por esa noche, yo no habría recordado que tuve un discman la última vez que llevé melena. Y si no hubiese sido por ti, yo no habría acabado la noche bramando el ‘Generator’ de los Bad Religion (que tocaron también el viernes) como si esa explanada sembrada de modernos y desubicados fuese mi Malasaña de 93.
En mitad de ese bosque de señores y señoras mayores que disfrutamos de Depeche Mode había una figura extravagante. Entre nosotros bailaba una cría pelirroja que quizá no había nacido cuando salió el Violator y que se las sabía casi todas. Me llamó la atención justo ese detalle: que las que se sabía de memoria, las que cantó a voz en cuello fueron las mismas que nos sabíamos los viejos. Cantó las que, con su edad, siempre fueron antiguas. Ella, que no existía aún cuando nosotros ya sabíamos que esas serían las canciones de nuestra vida.
Comerse un recuerdo
Obviamente no había un sitio mejor al que ir a comer el sábado que Sacha. Porque si el fin de semana iba de jugar con la memoria, Sacha es el mejor artificiero, Sacha es el retén de la retaguardia.
Lo mejor de Sacha es que todo lo que te cuente de Sacha ya te lo sabes. Aquí venimos a repetir. A disfrutar otra vez, a disfrutar de nuevo, a revivir el placer. Por eso lo mejor fue lo de siempre. Yo te digo “tortilla vaga” y tú ya sabes de lo que hablo, por eso me ahorro los detalles.
Pasa lo mismo si te evoco su merluza, con esa mayonesa sin huevo pero con cabeza. Empiezan los rituales del verano, los que arrancan en la terraza de Sacha. Lo próximo serán los mejillones franceses y menudos que César sirve en Lakasa.
que bonita historia de un concierto.
tuve la suerte de ir a sacha con mi amigo y padrino esteo y joder no creo que se me olvide en mi vida, que aquí en el sur no hay de eso.