Nosotros, que somos las cucarachas
Sobrevivimos porque no tenemos memoria. Si llegamos a ser felices es porque borramos las cicatrices, porque cuando toca acelerar, pisamos a fondo. Vivimos en el escalón más alto de la pirámide alimenticia porque lo conjugamos todo en presente. Sin mirar atrás.
Perdón, que quizá he arrancado un poco solemne, pero es que hoy vengo aquí a reconocerte un error. Uno gordo. Verás, yo pensé que saldríamos mejores de la pandemia. Me manejé durante meses con el convencimiento de que había aprendizajes indelebles después del trauma, el dolor y el miedo. Pensé que hay golpes que no se olvidan.
Y qué va, entre la memoria y el disfrute, elegimos agitar la servilleta por encima de la cabeza. Y hay un corolario: creo que no soy capaz ya de que me parezca mal. Refunfuño, me enerva ver que se nos han olvidado los básicos. Pero qué caramba, la fiesta está en marcha. Por eso somos los que somos, porque conquistamos más desde el jolgorio que desde el susto.
Por aquí el podcast de esta semana
Hace año y pico teníamos grabadas a fuego en la piel un montón de nuevas rutinas de convivencia. Habíamos salido del túnel con lecciones recién inauguradas de buena vecindad y alternábamos la cara de susto que todavía llevábamos puesta con la sonrisa de quien cree que está inaugurando una nueva era.
Pero todo eso se ha desvanecido. No había nueva era, simplemente estábamos empezando a olvidar las lecciones de la pandemia y haciendo hueco para vivir sin aquellos recuerdos. Y yo, que a veces tengo la sensación de ser el del palo, el aguafiestas, el que enciende la luz que ilumina la pista tengo que esforzarme para que me parezca del todo mal.
Porque si hemos llegado hasta aquí es precisamente porque somos las cucarachas, somos el bicho perfecto, el que más rápido y mejor se adapta. Fuimos el caminito de insectos que atravesó el 2020 y ahora somos el enjambre que conquista.
Y no me parece mal del todo porque hemos dejado atrás los aprendizajes, pero también los traumas. ¿O acaso no te pasa lo mismo que a mi cuando ves a alguien con un bozal puesto cuando tienes que taparte la cara por alguna normativa ya desfasada? ¿No te pasa que no eres capaz de concebir cómo pudimos vivir con aquello? Pues mira, ya me vale. Hemos olvidado lo importante que es llevar las manos limpias, pero también se nos han esfumado los terrores de aquel año pegajoso.
Adaptarse es también saber olvidar a tiempo. Adaptarse es quizá eso, hacer hueco en la memoria para ser ligeros y poder ir rápido a la siguiente fuente de sonrisas. Adaptarse es digerir rápido el miedo, aunque por el sumidero se nos vaya también alguna lección valiosa.
Venir a por brócoli, volver por el mollete
Con lo que nos gustaba Recreo y dejamos de venir. ¿Ves? No tenemos memoria. El caso es que el otro día volvimos a Recreo y volvimos por el recuerdo de aquel brócoli buenísimo que siempre han tenido en carta.
Y lo pedimos, por supuesto. Pero no puedo escatimar las recomendaciones y vengo aquí a gritarte que pidas el mollete. Madre mía, qué bocadillo están haciendo en Recreo.
Verás, un mollete tibio de Obrador Máximo que rellenan con cecina de wagyu, unos pimientos asados y una mayonesa japonesa casi picante. Te lo cuento y no le hago justicia: está bueno como para arrepentirse de pedir sólo uno.
Madrid va muy rápida y es la acetona de los recuerdos. Siempre hay una apertura brillante y ruidosa que nos apetece ir a probar y por ahí se nos olvidan los sitios felices. Mal. Muy mal. Hacía tanto que no íbamos a Recreo que no he conseguido localizar mis fotos antiguas de sus platos. Mal, muy mal por mí. Ahora sé que esta vez he vuelto por el brócoli y la siguiente volveré por el mollete. Hay ahí una mejora ¿eh?