Nos ha fallado la primavera
El martes 26 de marzo de 2024 amaneció en la estación que no era. La primavera, que nos ha estado esquivando de forma desesperante este año, nos volvió a fallar con estruendo esa madrugada. Esta vez no fue la vencida y se nos cayó encima, desplomado, el invierno de nuevo.
La madrugada del 26 de marzo no salía el sol y sólo hacía un frío impertinente y tenaz. Un escalofrío de esos que es capaz de aguantarle la mirada al alba y se derrama como el aceite por todas las horas de la mañana. No tocaba. No tocaba ya. No era el momento de ese golpe helado.
Este año nos ha fallado la primavera y el 26 de marzo, sin venir a cuento, se puso a granizar. Fue un bofetón inesperado. Era justo lo que no tocaba. No tengo ni idea de si era un mensaje, pero sonaba con claridad eso de que no te puedes fiar nunca de nada. No te puedes fiar ni del almanaque cuando avanza.
Aquí el podcast de esta semana
A mí me desordena la calma todo aquello que no controlo. Por eso me gustan los relojes y los calendarios. Me gustan por esa sensación que nos otorgan de control sobre el tiempo. Me brota la zozobra cuando fallan, cuando una madrugada de finales de marzo se endiosa y decide ser invierno y no primavera.
Cuando una madrugada que sólo merecía el olvido desoye lo que le mandan las estaciones y pone en jaque nuestra paz. Esto no debería haber sucedido así. Ni el frío, ni el estruendo, ni el granizo.
Mi reloj es de esos que funcionan porque estoy vivo. No tiene pila ni batería, es automático: es el movimiento desapercibido de mi muñeca el que lo mantiene en marcha inagotable. Por eso también me lo pongo incluso los días en los que apenas piso la calle.
Me lo pongo cada día sin pensarlo porque no sabría qué hacer si se para y de repente pierdo también el control sobre el tiempo. Un reloj parado es siempre la puerta de una desgracia. O su consecuencia.
A mí se me hace raro incluso tener entre las manos un reloj que no es el mío. Es como arrebatarle el tiempo a alguien. O asumir que no lo tiene.
En fin, no quiero malgastar ni un minuto más hoy. Ni robarte a ti tampoco un segundo. Yo mañana me pondré otra vez el reloj para que no se pare nunca y miraré al cielo a ver si la primavera tiene a bien quedarse con nosotros de una vez por todas.