Nadie se equivoca cuando pide un helado
Este verano he tomado muchos helados, en varias ciudades y distintos países. Y lo he hecho por ustedes. A ver, lo he hecho para poder escribir esta carta sobre la importancia de tomar decisiones con entusiasmo. Sobre el valor que tiene hacer las cosas con reflexión y el mejor ánimo. Que luego pasa lo que pasa.
Cuando voy a por helado (y yo soy un firme defensor de desestacionalizar el consumo de helado) me gusta invertir un rato en mirar a la gente que se acerca a por el suyo. Cada una de esas personas recorre el camino sacándole brillo a las expectativas, con el paso firme y feliz y manejando variables y escenarios de combinaciones sensatas, arriesgadas o directamente imposibles de sabores o aderezos.
Todo aquel que va camino de pedir un helado está construyendo un sueño antes de hacer su comanda. Algunas veces ese sueño es humilde y hogareño, como un corte de chocolate y vainilla, en otros rostros ves el brillo del atrevimiento y esa es la persona que pide helado de frutos rojos y leche merengada y, con el mismo paso firme, desembarcan frente a los congeladores los que piden un cucurucho de sorbete de melón y galleta Lotus como si esa locura tuviese algún sentido.
Aquí está el podcast de esta semana
Así que mientras que yo mismo hago conjeturas, mezclo ingredientes, mido mi amor por el riesgo y pondero las opciones del placer más allá del chocolate, también disfruto de la determinación ajena.
Tanto los que lo tienen clarísimo como los que viven en el riesgo, todos los que vamos a pedir un helado estamos disfrutando de tomar decisiones. Creo que no hay muchos espacios más felices que la cola de una heladería y los bancos aledaños.
Ahí hay un mapa de las resoluciones felices, un ejército de gente satisfecha. Esos son los metros cuadrados en los que más satisfechos estamos de nuestra capacidad para elegir y del resultado de nuestro albedrío.
Ahora lo que toca es mirar al curso que asoma con quien se acerca paseando a una heladería. Ahora lo que toca es afrontar las decisiones de la temporada con ese aplomo y esa gestión de las expectativas. Hay que decidir como quien pide un helado: convencido y con hambre. ¿De qué lo quieres hoy?
Tacos en la azotea
Seguimos con nuestro mapa de los comedores improbables. Y si la semana pasada comíamos en un sitio que estaba Valdebebas (que sigo sin saber dónde se ubica del todo), hoy nos sentamos a la mesa en la azotea de un centro comercial. Y vamos a comer mexicano, pero no.
Can Chan Chan parece una antojería mexicana. Pero sólo lo es si no te detienes a mirar. Can Chan Chan es un comedor de técnicas mexicanas con platos españoles. Es un cruce de caminos, es un taco de papas revolconas con pulpo.
Roberto Ruiz, que se cosió la estrella michelín en la chaquetilla preparando cocina mexicana en Madrid, ha decidido ahora hablar con sus dos acentos a la vez y le ha salido una carta a medio camino del Atlántico. Y le ha salido bien.
Así que aquí hay guacamole con chicharrón de atún rojo toreado, un taco de txuleta fabuloso y, la mayor sorpresa que compartimos, un taco de zarajos y navajas que yo no sé dónde ha nacido, pero está riquísimo.