Lo que no es el petricor
En estas primeras mañanas de verano mi casa huele dulce. Sin ruido, tras las horas de calma de la noche, la escalera y el salón tienen la fragancia de una flor en concreto, la de cerámica.
El aroma es delicado, se escabulle cuando amanece del todo y durante el día se esconde. Es un olor tímido que le pertenece a la madrugada.
Fuera, en la calle, el calor desde que asoma arranca del asfalto todo lo que apesta. Estos meses todo huele más y, casi todo, huele peor. Es como si la canícula le arrancase la piel sucia a la ciudad y nos la tirase a la cara como quien lanza un trapo exhausto de limpiar.
Huele todo lo que está muerto y todo lo que no debería estar vivo. El fuego aviva la intensidad de todo lo que no vemos pero sentimos al pasar por las aceras, los arcenes y las plazas. Y algunos efluvios dan miedo ¿eh?
En este mapa invisible de desgracias se puede distinguir la vida de la ciudad y muchas de las miserias de sus vecinos. Esto no pasa en invierno, o no tanto. O no así.
Y hay algo que también pertenece sólo al verano, un olor que apenas dura unos minutos y que trae la esperanza al desierto. Es como el petricor pero no lo es.
Es la fragancia fresca que surge del momento en el que los jardineros acaban de peinar el césped con las máquinas de podar y empiezan a regar por las orillas de los parques. Este momento es todo lo que puede oler bien fuera de casa un día de verano de madrugada en Madrid.
Ese olor fresco es el oasis, la promesa de un mundo mejor. Ese olor huele a lo que está por estrenar. Y lo bueno es que, a diferencia del petricor, se puede repetir si ajustas un poco los horarios con los de los funcionarios de parques y jardines de la capital.
Sé que me quedo a solas cuando defiendo este calor inmisericorde y sé que este fuego, de entre todos los males que trae, también hace que mi ciudad apeste.
Pero mira, también sublima el olor de las flores de madrugada de mi casa y, si te fijas un poco, también trae el descanso de la humedad tibia del césped recién cortado en los parques de Madrid. Nos queda ya lo mejor del verano ahora que el calor ha cogido inercia.
Con cierto aire antiguo
El barrio de Retiro está viviendo durante los últimos años en la urgencia y los acentos. Todo va muy rápido, abren mil opciones que llenan las calles de ruido y a mí me da la sensación de que todo es leve y fungible.
Y también hay calles al abrigo del jaleo. Esa fue siempre Espartinas y aquí se refugia Chiripa de las modas. En esta taberna invitan al recuerdo de la cocina que conoces con, siempre, una mirada adicional, un pasito más.
Así, la pepitoria viene abrigada en una pastela árabe y el bocado funciona muchísimo mejor de lo que yo esperaba (con lo que me encanta a mí la pepitoria) y las albóndigas se sirven con coliflor y coco y están para limpiar el plato.
Chiripa ha decidido esquivar las tendencias y dar de comer bien y con cariño. El salón (lo conoces, lo vas a reconocer cuando entres) es amable y tranquilo. A Madrid le vienen mejor estos comedores que están lejos del ruido.