A ver, antes de nada te tengo que pedir perdón porque esto que te voy a contar es una intromisión casi inaceptable por mi parte. Pero déjame buscar un eximente diminuto: no es mi culpa que sea verano. Sólo es mi culpa estar ahí.
Quizá porque somos un país que habla fuerte, quizá porque en verano abrimos puertas y ventanas, quizá porque con este calor ocupamos el espacio con desparpajo, casi desparramados sin fronteras entre nosotros. El caso es que estos meses de estío es muy fácil sintonizar las conversaciones cercanas y ajenas.
En cualquier terraza, al borde de cualquier piscina, refugiados bajo cualquier sombra se nos oye mucho hablar y (con el calor que dan los AirPods gordos esos), al final acabas dentro de media docena de diálogos colindantes. Y, yo que soy mucho de buscar patrones para disipar la entropía, me he fijado en una constante: hablamos siempre en contra.
Las conversaciones tienen en la crítica al ausente su pegamento. Si nos juntamos dos o más lo más probable es que llenemos el tiempo hablando mal de otro y nos vamos dando la razón en el despelleje del conocido no presente en la cita. Es como una espiral que arranca en la opinión y se va deslizando hasta la burla con una curva de aceleración vertiginosa. ¿Por qué somos así? ¿Por qué hacemos esto?
Estoy incluso dispuesto a asumir que mi radar estival sólo capta este tipo de señales venenosas. ¿Pero de verdad no crees que le dedicamos muchísimo tiempo al cuchicheo hostil? ¿Qué ganamos tú y yo cosiéndole un traje a quien no está con nosotros?
Me podrás decir (con excelente criterio) que quién soy yo para opinar de lo que hablan el resto, tienes toda la razón. Pero te recuerdo que esto es, sobre todo, culpa del verano que nos abre las ventanas al chafardeo diverso y yo llevo semanas enterándome de lo mal que os cae un montón de gente o lo fatal que os parecen un montón de cosas y al final uno acaba empatizando con las víctimas lejanas casi más que con los verdugos vocales.
El caso es que, llegados a este punto de agosto y asumiendo que quizá yo también hablo alto y de más, he decidido dedicar mi esfuerzo a opinar a favor, a hablar bien de los que no están presentes sólo por sorprender al auditorio circundante. Así que si te cruzas conmigo por algún café, espero que me escuches alabando a alguien.
Es más ¿te puedo pedir que hagas lo mismo? Haz un pequeño esfuerzo por si acaso ando yo por ahí cerca y se me cuela tu voz: habla bien de alguien un rato hoy. Celebra lo que te gusta, pon el foco en lo que brilla y no en lo que apesta. A ver si así nos deslizamos a buenas por lo que nos queda de agosto y sus conversaciones ajenas.
Haz una cosa, hazla bien
Yo soy muy de chocolate, pero es llegar a las capitales del norte de Europa y me vuelvo un entusiasta del cardamomo. Si la semana pasada lo disfrutábamos en croissant, hoy lo vamos a tomar en su forma más clásica, el rollito. Y nos vamos hasta Østerbro a disfrutarlo, al barrio en el que no nos importaría vivir en Copenhague.
En un esquinazo de esta zona tranquila, amable y silenciosa está Juno The Bakery, el obrador que lidera quien fue jefe de panadería de Noma. Aquí venimos a tres cosas. La primera es evidente: venimos a hacer la cola. Esto no va a ser rápido, siempre hay una fila de gente esperando. Lo segundo a lo que venimos es a sentarnos en el jardincito que mantienen a la entrada y en el que se está como para mudarse al verano nórdico.
Y finalmente venimos a por su rollo de cardamomo, que es básicamente perfecto. Yo me lo comí tibio el otro día y todavía no he salido de ese recuerdo dulcecito y jugoso. Todos los rollitos de cardamomo que te has comido son una copia de este. Que sí, hazme caso, vente al verano en Copenhague y pilla uno de estos en Juno.