Las dos velocidades del tiempo y un “te quiero”
Cuando se produce una explosión hay un momento de silencio posterior a la deflagración y anterior al estruendo. Lo hemos visto en las películas ¿verdad? Todo salta por los aires y, durante algo que dura lo que tardas en volver a respirar, hay una pausa muda. Luego se desata el caos.
No tengo ni idea de si esto es realmente así o si se trata de una construcción narrativa para dar dramatismo a una secuencia. Yo soy incapaz de explicar lo de la velocidad de la luz y la velocidad del sonido, pero sí he descubierto que, cuando la vorágine se desencadena, hay que estar pendiente del ruido y olvidarse de medir el tiempo.
Cuando el tiempo decide escapar de tu control, lo hace de dos formas divergentes y simultáneas. Conjugando en presente, el tiempo más amargo y aterrador es a la vez efímero e infinito. En ese infierno posterior al estallido no hay forma de medir en minutos o en horas, el tiempo se mide en sacudidas densas o arrebatos electrizantes.
Aquí el podcast de la semana
Hay un tiempo que huye de ti y parece que te falta el aire porque la aceleración es insoportable y hay un tiempo que fragua sobre los huesos como el cemento y no te deja moverte; te aplasta el pecho. En ambos extremos hay un patrón: no se puede respirar.
Como te decía hace apenas unas bocanadas de aire, estos dos ahogos que parecen antagonistas, pueden suceder a la vez. Y en ese atropello que tira de tu cuerpo en direcciones opuestas hay un momento de revelación minúsculo pero brillante. En el accidente hay al menos una verdad que se revela de cuerpo presente. Y es fácil.
No te ahorres jamás un “te quiero”. Gestionamos sin mucho cuidado el tiempo que nos queda porque no lo vemos. No sabemos ni cuánto tiempo nos queda, ni dónde se cultiva o cosecha. Y demoramos, aplazamos, esquinamos lo único que habría que tener siempre presente. No te ahorres jamás un “te quiero”. No lo dejes para más tarde, no eres el dueño del tiempo que te queda. O no del todo.
Y así, desde el latigazo, es fácil ordenar las prioridades que normalmente aplazamos por idiotas: llama ahora mismo a tu madre. No mañana cuando tengas un rato o el sábado que es un día tranquilo. Llámala ahora, por nada en concreto, sólo llámala. Y pásale un saludo de mi parte.
¿Seguimos? Ante la duda, sonríe siempre. No tienes más razón, ni eres más temible o respetable por ir por la vida con esa cara de mierda. Sonríe siempre. Te cuesta lo mismo que apretar los puñitos o fruncir el ceño y a la larga te hará inolvidable.
Los sustos, las avalanchas, no valen para nada. No hay lección moral en el miedo o la desgracia que nos llega por sorpresa. Y aún así el cabo al que agarrarse para salir es buscarle una conclusión, un cierre. No, realmente es un eslabón que nos permita engancharnos de nuevo y seguir.
El mío ha sido este: no te ahorres jamás un “te quiero”, llama a mamá, sonríe y compra esos billetes de avión. No te guardes nada bueno que te pueda pasar. Cómetelo ahora.