La voz interior no existe
“Cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es sólo una palabra para designar algo en el cuerpo”
¿Somos cuerpo o tenemos cuerpo? En la respuesta a esta pregunta han vivido pensadores desde Platón, pero hoy le vamos a dar la razón al padre de Zaratustra, que nos decía que no somos nada distinto de nuestra carne; que no tenemos un bazo o dos piernas porque somos ese bazo y ese par de piernas.
Hoy le vamos a dar razón a Nietzsche en su desprecio de la trascendencia, en su desprecio de la búsqueda de la felicidad como una huida que deja atrás la piel para sublimar el alma. La vida no es un tránsito, no somos la vaina de un espíritu. Somos nuestras tripas, somos las uñas rotas, la piel sobrante, los dientes y los músculos felices tras el esfuerzo, somos el dolor cuando se agarra a la espalda y el latido desbocado que se alborota en los momentos felices.
¿Cómo coño vamos a ser el alma y darle la razón al pesado de Descartes? ¿En qué cabeza cabe que el cuerpo sea algo que tenemos y no lo que somos? Ese planteamiento pacato convierte la vida en un transbordo, hace de menos cada momento sublime y cada cicatriz.
Aquí el podcast de esta semana
Este debate entre monistas y dualistas yo lo he ido resolviendo estos últimos años cuando, en la forja de mi propio cuerpo he cambiado también quién soy. El cuerpo no es lo que tengo, no es la pieza que amoldo en el yunque. El que brilla con cada golpe soy yo, no es nada distinto a mi; soy el resultado intelectual, moral y emocional de esa tensión física. No somos uno, soy uno. Y a ti te pasa lo mismo.
Y por eso me asombro hasta que me falta frente para arquear las cejas cuando leo siempre esta frase seguida de las mismas consecuencias: “Hoy he decidido escuchar a mi cuerpo” y… “he decidido quedarme en la cama” o “me doy el día de descanso” o “lo mejor es saber parar”.
No falla, nunca nadie que yo haya leído ha escuchado a su cuerpo para esforzarse más, o ha escuchado a su cuerpo para insistir en el sacrificio o para madrugar también mañana tanto como hoy. Siempre que alguien escucha a su cuerpo y nos lo cuenta (normalmente en Instagram) es para darse la vuelta en la cama y fallarle a la disciplina. Ya es casualidad.
He acabado por pensar que esto de “escuchar al cuerpo” es como la caja de herramientas de las excusas. Porque no puede ser que la voz interior de todo el planeta sea un saboteador de manual. Y además, a ver… ¿Desde cuándo tienes que escuchar a tu cuerpo como si fuese algo ajeno a ti? El cuerpo no te habla desde fuera, el cuerpo eres tú. ¿Cómo puede ser que siempre que te cuentas algo a ti mismo sea para parar y no para seguir?
A priori no entiendo eso de escuchar al cuerpo y no entiendo lo de “lo mejor hoy es parar”. No es que sea sordo, es que no me cuento mierdas ni en los monólogos y, sobre todo, no le pongo dos ojitos de plástico a un calcetín para que me explique cómo gestionar la disciplina cuando estoy cansado o me duelen los huesos.
Ya me gustaría a mí leer (también en Instagram y con una frecuencia equiparable) algo como “he escuchado hoy a mi cuerpo y he tirado 160 kilos de sentadilla trasnuca” o “hoy he decidido escuchar a mi cuerpo y he subido Morcuera y Canencia antes de trajinarme un arroz con costillas”. Pero no, siempre que alguien escucha a su cuerpo es para comerse una mierda ultraprocesada o hincar el culo en el sofá. Algunas veces las dos cosas a la vez. El combo loco de la gambeta.
Mala suerte me parece que todo el mundo tenga una voz interior construida sobre la dualidad entre el alma y la carne y que, además, este portavoz de los deseos sea un líder del boicot a los mejores hábitos. Yo no oigo voces cuando estoy cansando. ¿Estás seguro de que tú sí?
Pablo con su propia voz
Cuando Brutalista abrió todos entendimos su propuesta desde la memoria de Pablo y su oficio. Ahí estaba lo que aprendió en Lera y en Nakeima por ejemplo. Y nos encantó. Ahora ha pasado el tiempo suficiente para que Brutalista tenga su propia voz solista, sin necesidad de muletas o de recuerdos.
Pablo ahora tiene un comedor ágil, un menú lleno de platillos gustosos en los que le busca la vuelta a los sabores y las temperaturas de la cocina. Así por ejemplo sirve unas almejas de fondo inesperado, unas revolconas que se despiertan en el paladar gracias al kimchi y sigue dándole espacio a los escabeches (ojo esa lengua) y los pájaros.
Yo iba esta vez con la misión de probar un plato en concreto: la chuleta que no viste venir. Cuando lo leí tuve muchas dudas y Pablo me las resolvió todas para bien. En Brutalista ahora dejan una chuleta dormir unos días sumergida en aceite y luego le pegan un baño hirviendo. Efectivamente, Pablo fríe la chuleta en aceite tras sacarla marcarla y el resultado es muy bueno. En serio, muy bueno.
Yo tampoco pensaba que se le podía hacer eso a una chuleta y me encantaron tanto el sabor como la textura. Salí de Brutalista con la sensación de que me dejaba como media docena larga de platos por probar y con una sonrisa feliz. Qué bueno es ver que, en la vorágine de aperturas de Madrid, hay proyectos que encuentran su espacio, maduran, arriesgan y mejoran.