Llevo unos días en el otro lado del reloj y aquí amanece cuando Madrid almuerza. Llevo unos días poniéndome la chaqueta por la mañana y paseando en manga corta a mediodía. Estoy en CDMX comprobando eso de que en esta ciudad las cuatro estaciones suceden cada día.
Estoy disfrutando de todo lo que me sorprende, de lo que ya sabía que me iba a gustar y de lo que uno descubre cuando pasea durante horas por una ciudad que es casi como un país entero.
Y eso que México no te pone fácil el paseo, la mayoría de las aceras son infernales: son como una trampa para cazar elefantes despistados. Hay desniveles peregrinos, badenes, roturas de asfalto, agujeros como pozos, parches de cemento, rampas como puertos de montaña y escalones con altura suficiente como para tener puntuación en Strava.
Y mil teorías sobre los porqués de esta orografía: la ciudad se construyó sobre un lago y poco a poco se hunde, rompiendo todo lo que el hombre construye. Nada permanece cuando lucha contra el planeta. Hay también quien opina que los millones de árboles que viven en la ciudad poco a poco recuperan su espacio y las raíces rompen lo que construimos.
Lo más probable es que, además, los sucesivos terremotos que han sacudido la ciudad la hayan llenado también de cicatrices. El caso es que en CDMX se pasea también mirando al suelo buscando heridas y costuras.
Como te decía, aquí amanece en un inverno suave y se come en el verano amable. Y los perros llevan abrigo. Jamás pensé que vería una ciudad llena de tantos perros con abrigo. De cualquier raza o tamaño, en enero en México hay una cantidad inusitada de chuchos que van con su chaqueta puesta.
Me he cruzado con paseadores de canes todos vestidos para un invierno que aquí no sucede. Es más ¿necesitan realmente los perros ir con abrigo? Yo, que tengo tendencia a saludar a todos los perros con los que me cruzo (ya vaya paseando o corriendo), me lo paso en grande en una ciudad tan llena de perros, tan poblada de paseadores que llevan una docena de bichos que desfilan impecables en armonía y me tiene loquísimo la preocupación de sus dueños porque no cojan un mal frío sus mascotas.
Pero me estoy alejando del título, de dónde iba yo hoy con esta primera carta del año: hay que trabajar por la felicidad. Hay que esforzarse cada día un poco para que nos pasen las cosas que nos hacen felices. Ayer, cuando íbamos de camino a merendar unos tacos por La Condesa vimos un colibrí.
Ese momento absolutamente feliz fue una casualidad y, si me apuras, no lo fue del todo. Fue un instante bellísimo y feliz por el que hemos trabajado juntos mucho. Porque para que ese colibrí flotase delante de nosotros durante un rato increíble había que llegar hasta aquí, había que colocar todas las fichas del dominó del vuelo de un pájaro diminuto.
Trabajar por la felicidad es saber que en la capital de México todavía vuelan colibríes. Me lo dijiste hace años y nunca hasta este comienzo de 2025 habíamos paseado juntos por la ciudad. Si esperas que la felicidad te llegue por casualidad, quizá estás confiando demasiado en la suerte y muy poco en ti mismo.
Yo empecé a organizar este viaje hace meses y fui pintando en el mapa paseos, cafés, carreras, desayunos y almuerzos; fui, de alguna forma, cazando un colibrí. Yo no sé qué te hace feliz a ti que me estás leyendo ahora que empieza enero, pero sí sé que puedes ir ya trabajando en ello. Hay por ahí un colibrí deseando que lo mires.
Un café en Colonia Juárez al que volver mañana
Durante los viajes lejos de casa rara vez repito los lugares que descubro. Me gusta ir alternando desayunos y almuerzos por las ciudades y así hacer más ancho el mapa. Pero hay locales que, de repente, se convierten en un sitio al que volver. Me pasa con Dreamin Man en París o con Mud Coffee en NYC. Creo que me va a pasar con El Minutito en CDMX.
Este café está en Colonia Juárez, el barrio que despunta en la capital, y tiene algo reconocible, casi madrileño con esa barra metálica. El diseño del local (su uso fabuloso y elegante de las tipografías) es envidiable ahora que todos los cafés son igual de monótonos. Además me tomé aquí el mejor flat de la capital.
El Minutito tiene en la acera una furgoneta antigua que hace de minúsculo salón, sirve una gordita con mermelada para acompañar el café y te recibe con una selección musical distinguida y estilosa.
A mí me gustan las banquetas desde las que se bebe el café dentro, pero se nota cerca la calle de un barrio que se está desperezando con buen ánimo. Arranca 2025 y compramos en El Minutito un calendario de esos con una hoja para cada día. Ahora hay que ir trabajando en los colibríes que saldrán volando de este almanaque durante el año.