La elegancia implacable
Hay un par de cosas que me salen bien. Y he aprendido a hacerlas bien desde el ritual de la repetición. Cuando pensé que me salían bien, realmente apenas estaba empezando a entenderlas. Y fui mejorando mientras que insistía en pulir el proceso.
Hay un par de cosas que sé hacer bien, no más, y también sé que todavía no me salen perfectas. Sé que no son perfectas porque todavía no he insistido lo suficiente. Me queda camino por avanzar.
Estoy seguro de que hay más de una forma de alcanzar la perfección, pero tengo claro que uno de esos caminos es perseverar en el esfuerzo. La perfección arranca donde los demás se rinden. Donde los demás se dan por satisfechos, empieza una etapa más que te deja a las puertas de la excelencia.
No resignarse, no conformarse, seguir mirando y puliendo. Seguir pensando en la mejora siguiente; no dar nada por definitivo es, seguro, agotador. Pero tiene la recompensa en la gloria.
Aquí está el podcast de esta semana
Esto lo confirmé el otro día comiéndome unas alcachofas que estaban buenas al primer bocado, pero el siguiente era incluso mejor y la sola idea de probar esta verdura de formas diversas y todas impecables me hizo entender que el camino de la perfección es no resignarse con lo bueno, es seguir aspirando a la excelencia.
Fíjate, unas alcachofas que alguien siguió mirando el tiempo suficiente hasta conseguir un bocado perfecto. Y luego otro distinto y perfecto. Y otro perfecto y distinto más. Alguien que no se conformó y que tiene consigo un coro, un ejército que persevera a su lado.
Esto lo confirmé el otro día comiéndome las alcachofas que Joan Roca sirve en el Celler. Llegan a la mesa después de 15 aperitivos, entre los cuales conté 4 pases distintos de trufa y después le siguen otra docena larga de bocados de verduras, pescados y carnes. Cerramos el festival con un par de postres y, a ojo, algo más de 10 mignardises, gominolas y chocolates que me comí mientras disfrutaba del café.
El Celler de Can Roca es implacable, es perfecto y no deja ningún espacio a la duda o el pero. Es elegante, silencioso y es una bola de demolición a pleno rendimiento. El Celler de Can Roca es el ejército de las miles de horas, el cuerpo de baile de los cientos de preparaciones que desfilan, como una apisonadora por el mantel.
El Celler de Can Roca es el resumen de todas las formas de mirar un paisaje hasta hoy. Y la seguridad de que el año que viene será mejor. Porque en esa casa nadie se resigna con ser perfecto. Es una orquesta en marcha que sigue haciéndose preguntas porque sabe que hay todavía una respuesta más, una forma mejor de hacer lo que ya es asombroso.
Sin perder la sonrisa, sin dejar de escuchar, los Roca son atronadores, casi despiadados. La disciplina, el esfuerzo incansable, les ha hecho descubrir que la cima no es dónde están, es dónde están a punto de llegar.
Por eso en la cumbre no hay nadie más. Porque donde el resto ha dejado de andar y contempla lo logrado, los Roca sonríen y dan el siguiente paso. Más arriba.