La distancia del futuro
Pregúntame dónde voy a estar el domingo al filo de las siete de la mañana. Tengo la respuesta exacta, como mucho fallaría un kilómetro de la misma avenida. Si quieres saber dónde estaré el martes a las 21h30, te puedo decir incluso lo que estaré masticando.
Puedes pensar que estoy loco. Estoy casi convencido de que tienes razón, pero déjame explicarme un momento: Creo que el viaje arranca siempre antes de salir de casa. El viaje arranca muchísimo antes. El viaje arranca cuando conviertes los sueños en planes, cuando una posibilidad en mi cabeza es una notificación en tu calendario. El viaje empieza cuando se empieza a hacer posible.
Disfruto enormemente de los preparativos de la sonrisa, del camino hacia lo suculento y la felicidad. Miro a la vez los mapas y las agendas buscando esos cruces entre una calle y un café, un parque y un largo recorrido por el río hasta una exposición. Me gusta saber lo que va a pasar. No, me gusta ser el que decide lo que pasa.
Esta distancia a la que vive el futuro y lo que se tarda en llegar a él, esta forma de hacer nítido lo que va a pasar y el camino por el que se llega, es el alimento de muchas de mis mejores horas. Lleno el tiempo con el tiempo futuro. Sé cómo suena, sí. Sé que sigues pensando que estoy loco. También sé que lo entiendes.
Y en el mismo momento en el que celebro contigo esta capacidad de anticiparse al futuro y saber pintarlo, también tengo que ser honesto y decirte que odio sufrir en balde. La misma capacidad que tengo para preparar el mañana la tengo para sufrir por las posibles desgracias por venir.
Mi cabeza tiene el impulso recurrente de predecir el mal “por si acaso” y no sé hasta qué punto tiene sentido este pésimo talento de anticipar lo que duele. Tengo una máquina de predecir desgracias posibles que activa a su vez un motor infinito de soluciones, escenarios, respuestas, acciones. Es agotador, efectivamente.
Igual que te decía al arranque de esta carta que el viaje empieza cuando se hace posible, tengo que encontrar una forma de no poner yo en marcha el relojito del mal por esta tendencia (quizá innecesaria) de estar todo el rato anticipando lo negativo para ir preparando las soluciones. Ya ves, la pega de esta vocación de relojero es que pongo todas las agujas en marcha.
Sé que mejoro porque estoy aprendiendo a amortiguar mi tendencia a llenar de minas condicionales la agenda y en cambio cada vez se me da mejor lo de plantar flores en el jardín que vendrá. Pero me queda camino. Hay uno que arranca mientras lees y llega, mañana mismo, a su destino. Otro año más a disfrutar de la primavera en el hogar lejos de casa.
Ahí va un cocinero
Madrid lleva unos años despeinada y urgente. Nos pasa de todo, muchas de las cosas que nos pasan son efímeras o leves. También nos pasan cosas importantes y valiosas. Madrid vive en una vorágine de aperturas hosteleras y en mitad de tanto jolgorio a veces suceden milagros.
Comparte Bistró ha sido una de esas cosas importantes que nos pasan. Mario y Charlotte abrieron en diciembre de 2021 con un discurso propio, dos acentos y muy buen oficio. En Comparte hemos sido felices muchas veces y hemos comido sabroso con aceite y mantequilla. Comparte era diferente y único, ha sido un comedor que explicaba lo mejor que pasa en Madrid.
Ahora Mario y Charlotte tienen retos mayores y ponen Comparte a dormir. Estoy seguro de que volveremos a comer pronto con ellos. Me gustaría que fuese aquí, que Madrid siga estando a la altura de la gente que se atreve, que tiene una forma distinta de ver la gastronomía y que vive con pasión el fuego, la copa y los cuchillos.