El gorila y los tuctuc
Algún día pasará, algún día veré las fotos de un viaje a Madrid de un turista y no reconoceré ninguno de sus recuerdos. Habrá venido a mi ciudad, pero no se habrá cruzado con nada de lo que yo veo. Sólo habrá pisado todo aquello que evito a conciencia.
Asumo que por Instagram hay miles de fotos de Madrid que soy incapaz de identificar. Gente que viene a mi casa y se lleva, de recuerdo, un gorila y dos transformers. No te digo que no mole esa ciudad que visitan, pero llegados a este punto no te sabría decir qué es típico de la capital ni desde cuándo hay gorilas por el Palacio Real.
Es que, fíjate: gente que, de todo Madrid, apunta con la cámara de su móvil al gorila gigante y dice “toma pedazo de recuerdo que me llevo de la capital de España”. ¿No has visto al gorila? Porque no te fijas. Sube conmigo al típico tuctuc madrileño y vamos juntos.
Seguro que ya has caído; los gorilas, los transformers, el Super Mario cabezón y demás adefesios están todos apostados junto al Palacio Real, Ópera y (entiendo) la Puerta del Sol. Son el reclamo para las fotos de los turistas. Trabajadores que pasan horas bajo esos disfraces atroces porque, de una forma incomprensible, hay gente que prefiere la foto del gorila inflable a la foto del Palacio. No lo sé. No lo encajo, por muy feo que sean el Palacio y la Almudena.
A lo largo de estos años recientes de turismo sobrevenido y de aluvión, el centro de Madrid ha dejado de ser Madrid para ser un no lugar por el que corren guiris en tuctuc que sacan fotos a un mono de plástico y un tipo vestido de coche amarillo cuyas luces se encienden si le tiras una moneda.
Lo he escrito y he tenido que coger aire. Sé que no me gusta esa ciudad, pero también tengo claro que no es la mía. Me queda por despejar la incógnita de la memoria colectiva que se está construyendo sobre mi casa: ¿Qué Madrid viene a ver quien viene a vernos?
Sé también que me incomoda el circo de disfraces, tuctucs maleducados y enjambres de trolleys que meten un ruido improcedente por las aceras de los barrios que fueron nuestros hasta hace un lustro.
Sé finalmente que esa ciudad en la que manda la moda de comer kebabs de autor (te tienes que reír de esta gente) e ir a cenar entre bailarines y violinistas no es lo que yo entiendo por Madrid. Yo seguiré llamando merienda cena a lo que estos novísimos llaman drunch y, en cuanto pueda, volveré a correr fuerte adelantando al gorila de la Plaza de Oriente y su corte de tuctucs.
La excelencia explícita
Yo a Desde1911 he llegado tarde. Pero no tenía ninguna prisa, estaba haciendo camino desde O´Pazo. En el comedor de Reina Mercedes me guardan recuerdos felices compartiendo un Evaristo en familia o repitiendo de angulas en nuestro cumpleaños. Con estos precedentes, sabía que Desde1911 me iba a gustar. Lo que no sabía es cuánto.
Este restaurante, enorme en todas las dimensiones del término, es impecable. Sobre todo es eso: impecable. Lo es la sala, que está dirigida con ritmo, elegancia y una fabulosa buena educación. Lo es el espacio, luminoso, amable y cálido. Y lo es sobre todo la cocina tanto en el menú como en los cierres.
Aquí vienes a comerte el mar. Desde 1911 es un proyecto de Pescaderías Coruñesas y por tanto mantiene su tradición y su compromiso con la ciudad de traer a Madrid la mejor pesca posible. Y, bajo esta premisa, este restaurante es un joyero marino.
Hay bocados que llegan desnudos de técnica, como el carabinero exuberante y carmesí. Otros hacen un guiño a la tradición como el arroz con bogavante y algunos se asoman al riesgo y triunfan, sobre todo esa carbonara de calamares o el pase de espardeñas y espárragos.
Pero Desde1911 no se conforma y se permite un par de alardes. Quizá el más notable es la tabla de quesos inabarcable: esos tres carros de piezas de medio mundo de los que probamos 8 distintos, todos excepcionales.
A Madrid le sientan muy bien estos proyectos que entienden la ciudad, siguen una tradición y deciden dar un paso más.