Cuando Kavafis le canta a Itaca todos entendemos bien que le canta al viaje, no al destino. Kavafis canta la virtud del camino, la experiencia acumulada, el proceso de aprendizaje y mejora. Kavafis entiende que la felicidad es ir llegando, no llegar. Lo que nos gusta, vaya.
Pero cuando Kavafis cierra su poema deja un verso y medio que no me encajan, que quizá podemos cantar de otra forma desde ahora. Dice Kavafis: “no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado”. Claro que Itaca no nos ha engañado, pero por supuesto que Ítaca no es pobre. Ítaca no es en absoluto yerma.
Ya ha cogido ritmo marzo, estamos ahora en el final del viaje. Vimos la meta de forma efímera y en los últimos días se la volvió a comer el frío, pero ya está ahí la primavera, ya asoma Ítaca. Hemos pasado las semanas más ásperas de las cuatro estaciones resoplando a oscuras en la calle, sabiendo que lo más importante del viaje era avanzar. Y ahora vamos a descubrir que Ítaca tiene todo que darnos. Porque no le pedimos nada.
Yo me enfrento a menudo a una pregunta cuya respuesta no tiene matices: no entreno para nada, no corro para disputar ninguna de esas competiciones que llenan el calendario y estorban los domingos en Madrid. No hago deporte con ningún objetivo. No tengo una ambición en mente cada mañana cuando me calzo. No tengo aspiración concreta y no veo la meta. No la veo porque no la hay. Sólo avanzo en el viaje. Ese es el propósito.
Aquí el podcast de esta semana
Mi vocación es disipar la existencia misma de Ítaca, es seguir andando. Yo no quiero pedir la cuenta, vaya. Y aún así, sé que cuando Kavafis dice que el destino no tiene ya nada que darnos se equivoca. Porque de alguna forma sé, compruebo, que en los pliegues de las estaciones entre el invierno y el calor, que durante un viernes tonto en el tartán, en uno de esos momentos de bellísimo impulso veloz, de repente entramos en Ítaca. Brillante, poderosa, bellísima.
El viaje lo es todo, el aprendizaje no está en la meta. Esto lo sabemos Kavafis, tú y yo. Pero quizá lo que le podemos explicar al griego es que Ítaca somos nosotros cuando nos vuelve a dar el sol, ahora mismo casi. Cuando nos toca brillar cruzamos las puertas de Ítaca. Viajar sin un destino en mente puede volver borrosos los logros, pero están ahí esperando para hacernos refulgir.
El viaje lo es todo, pero el destino no es mudo ni menor. Ítaca está dispuesta a dárnoslo todo cuando le pidamos un latido más por minuto al corazón. El viaje lo es todo porque nos ha convertido en grifos mitológicos. Solemos tener dormido al dragón hasta que toca desembarcar en Ítaca. Y estamos a las puertas rugiendo.
Hackney por la mañana
La próxima vez que pises Londres quiero que vayas a E5 a desayunar. E5 es un molino de cereales que se cobija bajo las vías del tren que cruza Hackney hacia el norte. E5 es un lugar feliz que huele a pan desde la calle.
Han encajado una puerta bajo los arcos que sujetan las vías, han levantado una pared de ladrillos pardos y han hecho hueco para un molino que ha llegado de Francia hasta Londres. Ahí muelen el trigo y la espelta que el fuego luego evoluciona en pan y demás hijos e hijas de la harina.
Aquí tomamos dos rebanadas de una hogaza rotunda y superlativa sobre la que se tumbó un revuelto de huevos sedosos, una gota de picante y una enorme salchicha de cerdo. Dime tú qué mejor se puede desayunar en Londres bajo las vías de un tren oliendo a café y trigo.