Correr contra un espejo
En Tierra de Campos amanece mucho antes el sol de que lo que se despereza el termómetro. La luz galopa por la llanura de forma vertiginosa y, a pesar de que clarea sobre las fincas, la temperatura sigue durmiendo en la noche. Hay ahí un rato de fresco insolente en el que yo salgo por la carretera de Villalpando.
Correr en Tierra de Campos es como andar hacia un espejo que se aleja. Es una prueba implacable de paciencia que sólo te va a entregar lo que le des. No hay trucos, no hay cambios de ritmo o vaguadas en las que esconderse: es una línea recta, es dar un paso tras otro por una cicatriz en el mapa de Zamora.
En la madrugada de Castroverde de Campos no hay sorpresas, no hay matices; no hay nada que no sea lo que tú le entregues al asfalto. Correr aquí es un sacramento que dura lo que tardes en volver. Dura lo que tú estés dispuesto a cabalgar contra el horizonte. Y lo que luego tardes en volver, claro.
Yo hice el camino este domingo meciéndome entre dos recuerdos. Conocí a Dabiz DiverXO cuando todavía era David Muñoz y había abierto en Tetuán un comedor que era una fragua incandescente. Aquella cena fue para nosotros un terremoto y la primera página de un libro que llevamos escribiendo década y media larga. Madrid lleva temblando desde entonces gracias a aquel primer local en el que se forjó la estrella.
DiverXO supuso una sacudida y David un ejemplo. No conozco a ningún otro cocinero que asuma el nivel de riesgo en el que DiverXO se mueve cómodo. Nadie ha hecho de vivir en el alambre una declaración de intenciones tan salvaje y pura como él. Donde todos los demás tropiezan y arden, David acelera y brilla.
Porque David, para mí, sobre todo corre. Cuando yo no corría, David cosía Madrid de norte a sur cada noche sumando kilómetros a sus piernas y, sobre todo, a su cabeza crestada. Vi como afeitaba sus tiempos año tras año y sabía que ese era el ejemplo a seguir. Pero no lo hacía. Yo no lo hacía.
Cuando en mayo de 2020 empecé a trotar releí muchas entrevistas en las que David contaba lo que para él suponía correr. Recordé cuando un día me dijo “sal y corre, prueba” en mitad de una conversación que tengo clavada en las zapatillas. En su momento (y debió de ser como en 2018) lo oí pero no supe escucharlo.
Que yo corra debe de tener mil causas, pero sé que uno de los gatillos de que yo salga cada mañana lo apretó David y a él se lo debo también. Yo quería poder cruzar Madrid de norte a sur como él para llenarme la cabeza de ideas.
El viernes pasado se lo pude agradecer cerca de DiverXO. David y sus patrocinadores convocaron una carrera nocturna por Madrid y conseguí una plaza. Todo era a priori incómodo y no lo fue. Correr con gente, por la tarde y por la acera, todo lo que prefería no hacer.
Pero en cambio fue fácil y suave y en la Castellana hubo un momento en el que pise el asfalto al ritmo exacto de quien me animó a correr sin saberlo hasta cambiarme la vida.
Este domingo, corriendo contra mi propio reflejo por la carretera de Villalpando, me acordé de la noche del viernes trotando por Madrid con 50 desconocidos y del momento en el que pude darle las gracias a David por ser también la simiente de lo que hago cada mañana.
Me acordé de él y de la galga poderosa que conocí la tarde del sábado en la retaguardia de Lera. Una cazadora implacable, enorme y ágil a la que vi galopar y de la que quiero acordarme cuando vuelva a cruzar Madrid como cosiendo una cicatriz por la Castellana robándole segundos al reloj.
Muchos sábados recorro las mismas arterias buscando la mejor versión de mi zancada y, ahora que lo pienso, paso afilando por los tres locales en los que DiverXO ha hecho arder Madrid con sus hogueras. Hasta ahora no había visto así el mapa de mis rituales.